"No existe ninguna razón por la cual una persona podría querer tener un ordenador en su casa"
Ken Olsen, fundador, CEO y Presidente de Digital Equipment Corp. (1977)
Toda revolución, indefectiblemente, conlleva bajas. A veces, esas bajas lo son en toda la extensión de la palabra, y aparecen de una forma tan tangible como cadáveres ensangrentados en las calles, que convierten en afortunado a aquel que únicamente los tiene que ver desde la lejanía de la pantalla de su noticiero. En otras ocasiones, las bajas se escenifican como personas obligadas a un cambio de vida drástico, brutal, que tambalea todas sus referencias anteriores, como en el caso de los campesinos y labriegos de la Revolución Industrial que acabaron emigrando a los barrios periféricos de las ciudades tras tantas generaciones de vidas dedicadas al cuidado de los campos: de repente, las habilidades necesarias para proporcionar sustento a su familia eran otras que ellos no poseían, y la mecanización había hecho que en el campo sobrase una ingente cantidad de personas, abocadas a una redefinición dramática de sus vidas, a desenvolverse en un lugar inhóspito y con reglas completamente diferentes a las que habían conocido hasta ese momento.
Ned Ludd, según algunas fuentes llamado Ned Ludlam o Edward Ludlam, era un operador de la industria textil inglesa que, en 1779, cegado por un ataque de rabia tras haber sido reprendido por su bajo nivel de productividad, rompió a martillazos dos grandes telares de la empresa en la que trabajaba. La historia, contada y exagerada en innumerables ocasiones, fue ganando cuerpo hasta que, alrededor de 1810, su figura fue utilizada para simbolizar los movimientos obreros en contra de una mecanización y unos avances tecnológicos que amenazaban con dejarlos sin trabajo o reducirlos al papel de autómatas. Estos movimientos tomaron en su honor el nombre de "luditas" y firmaban sus cartas con seudónimos como Capitán Ludd, General Ludd o Rey Ludd. En realidad, los luditas protestaban contra la introducción de un nuevo tipo de telar que permitía que personas sin ningún tipo de entrenamiento pudieran realizar la tarea de artesanos textiles especializados, un tipo de protesta recurrente a lo largo del tiempo y que caracteriza uno de los dos extremos de la resistencia al progreso de la tecnología: el de aquellos que sienten que la nueva tecnología permite que otros hagan algo que anteriormente a ella solo ellos podían hacer.
Históricamente, este tipo de resistencia se ha manifestado en un ingente número de ocasiones: casi todas las tecnologías cuentan con detractores de este tipo, con obvios y patentes conflictos de intereses, que menosprecian la nueva tecnología y a quienes la utilizan, y la convierten en responsable de todos los males de la Humanidad: los daguerrotipos ofendían a los retratistas del mismo modo que la imprenta a los copistas o el ferrocarril a los carreteros, porque amenazaba su trabajo y su modo de vida. Dentro del mundo de la tecnología, el telégrafo fue criticado porque demasiada velocidad haría que las personas no tuviesen nada que decirse, y el teléfono lo fue porque "nada era suficientemente importante como para no poderse comunicar mediante el telégrafo, que además dejaba un registro escrito, mientras que el teléfono no se podía grabar". Protestas tal vez comprensibles, pero completamente estériles: jamás en la Historia una tecnología se ha detenido debido a las protestas de quienes utilizaban o dominaban la tecnología anterior a la que sustituía. A pesar de esa obvia realidad histórica, toda tecnología cuenta con detractores y genera resistencias enconadas: por un lado, como afirma el refranero, no se aprende en cabeza ajena. Y por otro, conseguir un retraso, aunque sea leve o incluso percibido, en la difusión de determinadas tecnologías, puede suponer cuantiosas ganancias para algunos.
Un ejemplo patente es la actual resistencia de la industria de la música ante el avance de las tecnologías P2P, que permiten la distribución de copias de obras de cualquier tipo a través de la red independientemente de que se hallen protegidas o no por derechos de autor. La abundancia de recursos a disposición de la industria le permite armar y desarrollar un poderosísimo lobby de poder, capaz de influenciar las decisiones de todo tipo de estamentos: la dialéctica de la industria, unida a la evidencia de que la industria dependiente de los derechos de autor es una de los principales generadores económicos de un país como los Estados Unidos, han llegado a condicionar incluso el nombramiento del Vicepresidente del Gobierno, Joe Biden, bajo cuyo mandato se sustituyó la cúpula del Departamento de Justicia con más de seis ex-abogados de la Recording Industry Ass. of America, lo que supuso un fuerte endurecimiento de las penas impuestas a las personas denunciadas por descargas de música. En una patente demostración del fortísimo poder de este tipo de asociaciones de defensa de intereses privados, la todopoderosa Organización Mundial del Comercio (WTO) llegó hasta el punto de condicionar la entrada de Rusia en la organización al cierre de la página web AllofMP3, dedicada a la venta de música en formato MP3, y que cumplía religiosamente con la legislación de su país. En otros países, como Francia, se ha llegado hasta el punto de legislar en contra de derechos fundamentales de los ciudadanos tan importantes como el secreto de las telecomunicaciones: en el país vecino, los proveedores de acceso a Internet espían a los usuarios, y los denuncian cuando detectan descargas sujetas a derechos de autor. En España, la fuerza de estas asociaciones se escenificó cuando unas semanas antes de la disolución de Las Cortes previa a las elecciones del 9 de Marzo de 2008, una serie de reuniones secretas en casa de un conocido miembro de la directiva de la Sociedad General de Autores y Editores (SGAE) determinó la aprobación por la vía rápida de un canon dedicado supuestamente a "compensar" a la industria y a los autores por las descargas de sus obras, canon que gravaba una amplia variedad de soportes físicos tales como CDs, memorias USB o discos duros, y que suponía una infusión de miles de millones de euros desde el bolsillo de los consumidores en manos de una asociación que los repartía de manera completamente arbitraria.
Sin embargo, a pesar de la pujanza de estas asociaciones y de su proximidad al poder político, ninguna de sus acciones ha condicionado un descenso del uso de tecnologías P2P. En países como los Estados Unidos, en donde una persona puede ser sometida a demandas cuantiosas por descargarse una obra sometida a derechos de autor, el uso de redes P2P ha aumentado de manera consistente durante los últimos diez años, siguiendo una serie temporal completamente independiente a las acciones y esfuerzos de la industria, e igualmente ha ocurrido en prácticamente todo el mundo. En la actualidad, empieza a ganar un consenso cada vez mayor la idea de que la legislación que protege los derechos de autor no está adaptada a los tiempos actuales, y que es preciso una reforma de la misma que evite la criminalización de un acto, la descarga y generación de copias, que está dentro de los usos y costumbres de la práctica totalidad de los usuarios de la red.
En otras ocasiones, el destino de los ataques son los nuevos modelos de negocio que la red propone, que son invariablemente calificados de ruinosos, imposibles o engañabobos, a menudo recurriendo a la comparación con la denominada "burbuja de Internet" de principios de siglo. Indudablemente, lo ocurrido a principios de siglo supuso un colapso económico de primera magnitud en el que infinidad de inversores perdieron su dinero, pero interpretar esa circunstancia con una pérdida de validez de Internet como medio supone un cortoplacismo total: en todo ecosistema nuevo surgen excesos de confianza, abusos, planteamientos absurdos y extrapolaciones a veces arriesgadas, sin que ello suponga necesariamente una quiebra del sistema.
Entender lo que Alan Greenspan calificó en su momento de "exuberancia irracional" resulta relativamente sencillo mirando los reportes y análisis producidos en la época, que predecían para escenarios de dos o tres años crecimientos que todavía hoy, casi diez años después, no se han producido. No estar en Internet o estar presente de manera "tibia" significaba una caída automática de la cotización de las acciones de una empresa, lo que generaba un mercado de falsos profetas dedicado a llevar a aquellas empresas necesitadas de pruebas de concepto a la web fuera como fuera. La aproximación del director que, típicamente tras un viaje en avión en el que se tropezaba con una revista que mencionaba alguna acción de un competidor en la red, llegaba a su despacho y convocaba a todas las fuerzas vivas al grito de "¡tenemos que estar en Internet inmediatamente!!" se hizo tristemente famoso: muy pocas de las empresas que se iniciaron en la web con este tipo de principios lograron de verdad hacer algo mínimamente aprovechable. La comparación que mejor hace justicia a aquella época, seguramente, es la de la fiebre del oro californiana: todo el mundo sabía que había oro, aunque no sabía dónde, y los que realmente se hacían ricos eran los que vendían picos, palas o supuestos mapas para poder ir a buscarlo. Surgió toda una nueva casta de analistas que, amparados por metodologías de investigación completamente discutibles, daban al mercado aquello por lo que el mercado quería pagar: informes que esgrimir ante terceros para defender inversiones o compras necesarias para mantener el desmesurado crecimiento de un mercado que no existía, en realidad, más allá de las páginas de esos mismos informes.
A estas alturas, descubrir que las burbujas económicas existen y suponen en ocasiones un grave perjuicio económico para algunos sería realmente algo poco novedoso. Lo importante, en este caso, es ir un poco más allá en el análisis, y evitar el "efecto péndulo" que surgió en los años inmediatamente posteriores, que supuso una congelación casi total de todas las inversiones en tecnología. A estas alturas, cuando Internet supone ya una parte muy importante de la economía de muchísimos países, justificar la crítica a los modelos de negocio en la red con la excusa de la burbuja empieza a tener tintes nostálgicos, de recorte de periódico amarillento y ajado por el paso del tiempo. Sobre todo teniendo en cuenta que los modelos de negocio actuales ya no se utilizan para justificar inversiones millonarias ni desmesuradas cuentas de gastos suntuarios, sino para poner a funcionar empresas reales, con inversiones realizadas con un criterio completamente pegado al suelo. Los inversores actuales reclaman dosis de realismo muy superiores, no admiten excesos ni lujos, y exigen cumplimientos claros de objetivos pactados: la época de "el papel lo aguanta todo" parece ya una cosa del pasado. Sí existen, por supuesto, proyectos en los que la generación de ingresos se da de maneras muy poco convencionales: empresas que no venden nada, que viven de la publicidad (negocios grandes y de toda la vida como la televisión o la radio también lo hacen) o que exploran caminos interesantes dentro de la llamada "economía de la atención". Y que es bueno que así sea, porque en muchos casos representan la exploración de nuevas avenidas de generación de valor que serán aprovechadas más adelante.
Aquellos que se resisten al avance de la tecnología negando la mayor en función de perjuicios a su modelo de ingresos o a su modo de vida son, por razones evidentes, los opositores más virulentos y feroces. Se consideran objeto de un ataque injustificable, consideran las reglas de su modelo de negocio como algo inmutable, que debe ser protegido por encima de todo, como si la tradición fuese un modelo de negocio. Aquellos que utilizan la tecnología merecen calificativos denigrantes, infamantes, cuyo uso se intenta extender al resto de la sociedad mediante el recurso a los medios de comunicación, en un reflejo propio de quienes se consideran en posesión de la verdad. Sus actitudes son violentas: no intentan comprender o justificar la actitud de los usuarios de la tecnología, sino que mantienen una actitud descalificatoria, como se reacciona contra algo que amenaza tu forma de vida. Para defenderse contra tal amenaza, están dispuestos a invertir importantes esfuerzos y recursos económicos: constituyen potentes lobbies y grupos de presión, recurren a los mejores abogados y asesores, y desarrollan accesos preferentes a los medios de comunicación. Para este grupo, sin duda, el fin justifica el uso de todos los medios, pero su actividad se enfrenta a la llamada Ley de Grove, enunciada por Andy Grove, uno de los históricos fundadores de Intel:
"la tecnología siempre gana. Puedes retrasar la tecnología mediante interferencias legales, pero la tecnología siempre fluye alrededor de las barreras legales".
El segundo grupo refractario a la tecnología no proviene de la defensa de los propios intereses, sino de un enemigo mucho más peligroso: la falta de recursos. Se trata de la llamada "brecha o división digital", una línea imaginaria que separa a quienes pueden acceder a un ordenador y a una conexión de datos de aquellos que no pueden. Aunque toda tecnología suele tender al abaratamiento y a la generalización de su uso, en todas las sociedades existe un determinado estrato social que permanece al margen debido a la falta de recursos, con una incidencia lógicamente mayor en países con rentas per cápita más reducidas. En algunos casos, la falta de recursos se combina con una escasa disponibilidad de alguno de los factores imprescindibles para el uso de la tecnología: en algunos países con despliegues de conectividad importante y generalizado, es posible encontrar "zonas de sombra" que provocan marcadas exclusiones: aunque Internet avanza hacia la consideración de servicio universal al que todos los ciudadanos deben tener acceso en varios países, abundan las zonas en las que no es posible obtener una conexión sin optar por métodos especialmente onerosos, inalcanzables para el ciudadano medio.
La imposibilidad o dificultad de acceso a la tecnología por falta de recursos económicos genera en muchos casos una sensación de ansiedad: la percepción "desde fuera" provoca que "la hierba parezca todavía más verde al otro lado", y que se llegue a una cierta idealización de la tecnología que puede llegar a resultar frustrante. En otros casos, sin embargo, la racionalización de la imposibilidad de acceder provoca un cierto hastío, un desprecio que permite la autojustificación (tengo conciencia de mi situación de exclusión, pero la sobrellevo más fácilmente porque no me interesa), que entronca con nuestra tercera categoría de actitudes negativas: la indiferencia.
La indiferencia es uno de los grupos habitualmente más numerosos en muchos países. En España, el desinterés supone el porcentaje más elevado en las razones para no conectarse a Internet: personas que son incapaces de ver estímulo alguno en las infinitas posibilidades de la red, o que se refugian y autojustifican en los infinitos y bien alimentados tópicos que la rodean. El examen cuidadoso de esos tópicos revela, en realidad, mucho más que simple ignorancia. El hecho de que resulte casi imposible escuchar la palabra "Internet" en la práctica totalidad de los informativos de radio y televisión sin que aparezca rodeada de connotaciones negativas se relaciona con el hecho de que dichos medios han detectado, desde hace mucho tiempo, dinámicas de sustitución en el consumo de los usuarios: Internet es, en la práctica, uno de los peores y más temidos competidores de medios convencionales como la televisión. El hecho de que las cifras desmientan tales advertencias de peligro no es óbice para que un amplio porcentaje de la población, especialmente aquella que recibe la mayoría de la información a través de otros medios, siga creyendo en mitos que afirman que Internet es un lugar peligroso donde constantemente roban tarjetas de crédito y donde la delincuencia campa por sus respetos cual si fuera el salvaje Oeste.
¿Qué hay de verdad en la supuesta peligrosidad de Internet? Obviamente, todo en esta vida tiene sus peligros, incluyendo el caminar por la calle o entrar en el banco de la esquina. Nada nos garantiza que no vamos a ser asaltados cuando extraemos un reintegro de un cajero automático, que no van a atracar a mano armada la tienda en la que nos encontramos, o que no nos van a timar cuando nos venden algo. Dichos sucesos, además, aunque pueden tener un componente aleatorio, no lo son completamente: es bien sabido que determinadas ciudades o barrios tienen índices de delincuencia superiores a otros, y que ciertos comportamientos, como la ostentación de riqueza o la excesiva confianza en los extraños incrementan la posibilidad de ser robado o timado. Internet es exactamente igual: hay barrios buenos y barrios malos, sitios con garantías y sitios desconocidos, prácticas buenas y malas. Simplemente, en la calle llevamos más años adquiriendo familiaridad con el entorno, mientras que en Internet muchas cosas están aún por definir. Pero en general, la mayor parte de los problemas de seguridad se rigen por el puro sentido común: lo que parece demasiado bueno para ser verdad, suele ser porque es demasiado bueno para ser verdad. Si respondes a un mensaje que te promete una herencia millonaria de un desconocido o un pago por ayudar a alguien a sacar dinero de una república africana corrupta y le das tus datos bancarios, te habrán timado. Si escribes el número de tu tarjeta de crédito en un correo electrónico o en una página web sin cifrar, tienes muchas posibilidades de que alguien lo utilice posteriormente para transacciones fraudulentas que aparecerán en tu cuenta como compras tuyas, algo que, en virtud de la experiencia acumulada hasta ahora, ocurre aproximadamente con la misma probabilidad en Internet que fuera de Internet. Y que además, si ocurre, provocará como mucho un pequeño susto y un engorro temporal que terminará, en la práctica totalidad de los casos, con la devolución de todo el importe sustraído en un plazo relativamente corto de tiempo. ¿Te pueden robar en Internet? Por supuesto, pero en la calle también, con la misma probabilidad.
La mayoría de los problemas de seguridad derivan claramente del desconocimiento. Si caminando por la calle se nos acercase un desconocido y nos pidiese las claves de nuestro banco, no se las daríamos a no ser que mediasen amenazas serias a nuestra integridad física. Sin embargo, un correo electrónico reclamándonos nuestras claves por un supuesto "problema de seguridad en nuestro banco" hace que un cierto porcentaje de gente, afortunadamente cada vez menor, conteste a dicho mensaje y facilite dicha información sin pensárselo, ignorando que generar un mensaje con apariencia legítima resulta sumamente sencillo en Internet. La conocidísima "estafa nigeriana", "fraude 419" o "advance-fee fraud" proviene de los años 80, del declive de una economía nigeriana basada en el petróleo, y procede a su vez de un timo de principios del siglo pasado conocido como "el prisionero español": en esta estafa, el timador pide ayuda a la víctima para sacar de algún país en situación políticamente complicada una enorme suma de dinero, que será ingresado en la cuenta de la víctima a cambio de un porcentaje de la misma. Cegado por la posibilidad de una ganancia astronómica, la víctima proporciona detalles de su cuenta y realiza pagos al estafador para que pueda llevar a cabo diversos trámites, que invariablemente se complican y requieren de más dinero. Semejante burdo esquema, similar a lo que podría ser el timo de la estampita o el del toco-mocho en plena calle pero organizado con gran profesionalidad en lugares como Nigeria, Benin, Sierra Leona, Costa de Marfil y otros países africanos, se considera uno de las estafas que sigue funcionando mejor en Internet, ostenta el récord en cantidad obtenida por operación, y se beneficia además del hecho de que un elevado número de víctimas, por pura vergüenza, nunca llegan a denunciar lo sucedido.
Todos los años, un cierto número de personas caen víctimas de estafas que, a través de correo electrónico, les piden los detalles de su cuenta bancaria para ingresarles un premio de lotería de algún país extranjero... en el que por supuesto, nunca jugaron nada. O hacen clic en anuncios que les prometen que han obtenido un gran premio por haber sido el visitante número un millón de una página web. El fenómeno del spam, correo basura o no deseado, se alimenta de porcentajes de respuesta de uno de cada doce millones y medio de correos enviados, y se beneficia del uso de millones de ordenadores desprotegidos e infectados con virus que son utilizados para enviar dichos correos sin que sus propietarios lo sepan. En realidad, la mayor parte de la inseguridad atribuida a Internet, que aún a pesar de todo, repetimos, no es mayor que la correspondiente a caminar por la calle, proviene del mal uso que de la red hacen las personas ignorantes. Internet, en cierto sentido, es como una calle por la que circulasen un elevado porcentaje de personas que desconociesen las normas más básicas de circulación y civismo. Afortunadamente, a partir de un cierto nivel de cultura de uso, esos problemas se convierten en insignificantes y en algo que resulta muy sencillo ignorar.
Cuando éramos pequeños, el hecho de que la calle fuera un entorno no completamente seguro no hizo que nuestros padres nos mantuviesen completamente alejados de ella, porque ello habría significado llegar a la edad adulta sin ninguna preparación para movernos por ella con garantías. En su lugar, se dedicaron a decirnos lo que debíamos o no debíamos hacer: "no cruces sin mirar", "no te metas por callejones oscuros", "no hables con desconocidos", etc. Debemos entender Internet como un entorno en el que se va a desarrollar una parte significativa de nuestra actividad queramos o no, y en el que hay que adquirir la soltura suficiente como para encontrarse seguro, sabiendo, como en la calle, que la seguridad total no existe. Y que para los medios de comunicación, el hecho de que todos los días tengan lugar millones de transacciones en Internet sin el más mínimo problema no constituye una noticia, mientras que el hecho de que a alguien le roben el número de su tarjeta de crédito sí lo puede constituir. Hay asesinatos todos los días, pero el día en que una chica es asesinada y los medios descubren que se relacionaba con su asesino - y con muchas personas más - en una red social, es el momento de decir que las redes sociales son peligrosísimas, un verdadero invento de Satanás. Y curiosamente, personas a las que se les supone una inteligencia razonable y que reaccionarían con estupor si alguien afirmase que la culpa de un asesinato en la calle la tiene la propia calle, se tragan la noticia de los medios sin pestañear.
La resistencia a la tecnología basada en la ignorancia y la indiferencia resulta enormemente triste y difícil de superar: la detección de la situación de carencia cada vez que el tema es mencionado provoca una reacción de autojustificación, que lleva a los afectados a proclamar su condición de ignorantes como si fuera un honor, casi enorgulleciéndose de ello. La perspectiva les lleva a ver a los usuarios de Internet como a personas "raras" y "extravagantes", a los que acusan de prescindir de la "vida real" para refugiarse en la pantalla del ordenador, en una "vida virtual" vacía y ausente. La ignorancia y la indiferencia se alimenta de tópicos, como el que ve al usuario de Internet como a una persona generalmente obesa, asocial, pálida, que únicamente expone su su piel a la luz que genera el monitor de su ordenador. El usuario es una persona "con demasiado tiempo libre", sin vida propia, aislado, que solo se relaciona a través de la red con otras personas tan raras como él. En realidad, el afectado se encuentra en una situación carencial: su incapacidad para entender una realidad que cada día le rodea de una manera más clara le provoca una sensación de inseguridad que le lleva a afianzarse en sus problemas, a considerarlos un elemento imposible de superar, y, como reacción defensiva, en un elemento que no quiere superar, un lugar al que no quiere ir. Cada conversación en la que surge la red se convierte en un episodio de negación, de recurso a los tópicos más absurdos para negar la mayor, en un aislacionismo cada vez mayor, en una cada vez más patente reducción al absurdo.
La mejor forma de entender la red para aquellos que se encuentran en este tipo de situaciones es aceptarla como algo completamente natural. Pensar en la red como en un fenómeno social más, como en un "andar por la calle", e intentar interpretar lo que en ella ocurre de una manera completamente natural, por extrapolación de lo conocido. La red es una realidad en construcción, en permanente evolución vertiginosa, y la única manera de aprender a usarla es ni más ni menos que usándola, evitando clichés y lugares comunes, y tratando de experimentar las cosas por uno mismo, en primera persona. Si no lo ha hecho, propóngase hacerlo lo antes posible. La red es un recurso ilimitado en el que encontrará absolutamente de todo, vale la pena probarlo.